De la plaza de Cascorro (https://madriztaldiacomohoy.org/2019/06/05/5-de-junio/) salimos por la calle de San Millán y llegamos a lo que fue una plaza, claro que lo que llamamos la plaza de Cascorro seguía siendo la calle del Estudio, y la de San Millán era de los Cojos.

http://javier.jimenezshaw.com/mapas/?c=40.4112567,-3.7077007&z=19&f=es-m-1769&b=es-m-1785&v=3&e=0.532&o=100&ed=0&m=&ga=0
Había una iglesia, dedicada a San Milán, derruida quedó un espacio que fue construido en 1875:


El edificio de viviendas que ocupó lo que había sido la iglesia, San Millán n.º 5, dejó su planta baja y principal (hoy Norby Fajas, moda de baño y corsetería) unidos por una escalera de caracol, local en el que tal día como hoy de 1876 se abrió el “Nuevo Café de San Millán” con mesas de mármol, silla y divanes de tela roja, paredes recubiertas de espejos, y en la planta superior salones y billar.

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Más allá de los cafés de Sol y Gran Vía se habría uno en la calle Toledo (entonces 67, hoy n.º 61) , frente al mercado de la Cebada, así que los primeros clientes eran los comerciantes del mercado, el primer propietario, Manuel Vidal Gallo, colocó a la clientela fija en la parte del fondo, dejando a la gente de paso la parte frontal, entre los primeros además de la gente del mercado estaban artistas de las generaciones del 98 (Pio Baroja, echó allí sus buenos ratos) y del 27, los Machado, Rafael Alberti, Maruja Mallo, …..

Julián Uruburu Goyri compraría el local en 1884 y reforma el local, entonces el arte ha salido de las iglesias y se acerca a la gente, Sánchez Pescador reflejará en sus paredes y techos el espíritu del café, pinturas al óleo . En 1891 se instalará la luz eléctrica y se añadirán nuevos adornos y cuadros de Manuel Zapata y Seta (que se autoretrata cual Velázquez o Goya, dándole tiza al taco) reproduciendo las gentes y calles del barrio y que sustituían a los espejos de 1876, era la época de oro de la pintura decorativa, cafés y teatros exponían la obra a su clientela, pero en el café de San Millán tenía un valor añadido, en lugar de representar alegorías y demás cursilerías para las élites culturales, aquí representaban a los destinatarios del arte, la clientela.

José Gutiérrez Solana (contertulio de Ramón Gómez de la Serna en la tertulia del Pombo https://madriztaldiacomohoy.org/2019/07/03/3-de-julio/ ) nos decía:
“En las paredes de este café se ven varias pinturas recubiertas con lunas que las hacen brillar mucho: la catedral de San Isidro; la plaza de la Cebada; una verdulera, joven y guapa, que ofrece rábanos y tomates; un aragonés, con un porrón de vino en alto, y en el suelo, sus alforjas y una guitarra con una moña de los colores nacionales; entre el arco de sus piernas gigantescas le sirve de fondo el Pilar y el puente donde cruza el río Ebro.
En el artesonado del techo, encuadrados en unos adornos de escayola que les sirven de marco, hay seis lienzos pintados hace bastantes años, que han tomado un color amarillento y noble. Uno de los lienzos representa a un señor de barba negra y con chistera, bajo la cual se adivina una calva zapatera como la de San José de Calasanz; éste lee un periódico, con un abrigo de color buey: tiene tipo de director de orquesta; el mármol de la mesa está ocupado con un gran vaso de café, como se servía antes, y la botella de agua y un platillo lleno de enormes terrones de azúcar de pilón; hay un tintero, y acaba de escribir una carta para conquistar a una viuda de dinero. El camarero, un hombre cuadrado, con patillas y pechera muy limpia, con tipo de marqués, le sirve el café muy atento y servicial.
En otro cuadro están dos comerciantes de la calle de Toledo jugando al billar; uno, vuelto de espaldas, apunta con el taco una carambola; su compañero está entretenido echándole tiza al taco, con sus bigotes de foca caídos y su calva arrugada y achichonada que brilla con la lámpara de gas que tiene encima de ésta.
Otra de las pinturas representa un matrimonio burgués, él con patillas y bigote rizado, corbata y guantes amarillos; el bastón, de junco retorcido, lo tiene encima del hombre de una manera cursi y petulante; está tomando un sorbete. Su mujer, con una capota con bridas y un traje rameado, está tomando otro mantecado rojo y amarillo, tiene la mano en que sujeta la cucharilla con el dedo meñique en alto, como el colmo de la distinción y elegancia.
Otro cuadro es una chula con flores en la cabeza, pañuelillo al cuello y mantón de chinos, amarillo; está tomando un chocolate con bizcochos con un torero vestido de calle con un sombrero ancho, el bastón, y la chaquetilla corta, de terciopelo, con una cadena de oro y su mano, llena de sortijas, agarra un puro habano.
En otra de las pinturas, un obrero sombrerero, con blusa y sombrero, está sentado delante de un industrial zapatero muy gordo; debajo de la americana de éste asoma el delantal azul, fuma en pipa y tiene la barba negra y el pelo enmarañados, cara de bárbaro y mucho pelo y cogote. En la mesa se ve la botellita que ponían antes con las gotas, las que se daban de balde, y que eran un coñac mejor que los que dan hoy en los cafés pagando copa.
Y, por último, hay pintado un gastrónomo que se está tomando el clásico bistec con patatas, el antiguo; de entremeses tiene aceitunas y unas rajas de salchichón.
Estos frescos nos sugieren en todo una épica ya pasada: los cantadores de flamenco, los toreros y pelotaris célebres y las mujeres chulas de rompe y rasga.
Estas mesas estaban ocupadas por gente de rumbo, entre los que se solía encontrar con frecuencia a los toreros Dominguín, Fabrilo, Espartero, Tato, Reverte y Frascuelo, que iban, con su cuadrilla, a tomar café, los picadores y banderilleros con sombrero calanés y faja, y algunos llevaban una cadena de oro con un ancla de brillantes, maciza y dura como para tirar de un carro.
También frecuentaban este café artistas de teatro, y ocupaban estas mesas militares.
Tipo popular de este café era la famosa vendedora de periódicos Lola, era muy alegre, vendía por las noches ‘La Correspondencia de España’«
Escribía Antonio Díaz-Cañabate en 1942:
“El café de San Millán es un café de barrio, quizá el último que se conserva puro y sin mancha de modernización (…).
En estos cafés de barrio, el cerillero es todavía un buen tipo, con aire de sacristán (…). Es el depositario de todos los secretos del café (…).”
Pero de los cerrilleros del San Millán hablaremos mañana.
(…) Y cuando se acabó, papá,
que era un barbián,
a todos invitó
a ir al café de San Millán.
Y allí tomaron café,
café, café,
con una media tostá, tostá,
tostá (…).
Fragmento cuplé compuesto por Enrique García Álvarez
JMDC, 21 de diciembre de 2020
Fuentes:
Móncica Vázquez Astorga. Artigrama, núm. 32, 2017, pp. 367-384. ISSN: 0213-1498
Un comentario en “21 de diciembre de 1876”