
El ser humano, colectivamente hablando, es cobarde. En la historia nos encontramos innumerables ejemplos de ello. La seguridad que nos proporciona la pertenencia a un grupo, a la corriente mayoritaria, a la fracción ortodoxa de una sociedad nos conduce en ocasiones a mantener posturas en absoluto coincidentes con nuestras más profundas convicciones. El miedo a ser diferente, a no contar con la aceptación social, a ser señalado por el dedo acusador del poderoso saca a relucir en ocasiones el aspecto mas siniestro de nuestra personalidad.
Hay que ser muy fuerte y valiente en la defensa de nuestros principios, y no porque ello nos reporte algún beneficio, no, más bien al contrario; es cuando mas arriesgamos cuando más valor tiene el mantenernos firmes ante un planteamiento o conducta que consideramos inmoral o ilícita. El hecho de que nos enfrentemos en compañia de otros, o solos si se da el caso, a una situación que nos parece injusta o atentatoria contra los principios básicos de la dignidad humana es lo que da sentido a nuestras vidas.

Y ese combate tendrá aún más valor si lo acometemos no solo por interés propio, ni siquiera si lo hacemos por los demas: se trata de hacerlo porque es lo justo, lo que, de alguna manera y desde lo más profundo de nuestra conciencia, sabemos que tenemos que hacer. No nos engañemos; no se trata de actuar con insensatez. El tener una familia o terceras personas de las que responder no debería ser un impedimento: todos sabemos que hay muchas formas de luchar contra la maldad. Y si queremos que nuestros hijos crezcan en un mundo mas humano y solidario no deberíamos bajar la guardia.
Pero el ser humano es egoista, y el miedo, qué es libre, nos juega en ocasiones malas pasadas….
En la noche del 9 de noviembre de 1938, en Alemania, más de 250 sinagogas fueron quemadas y más de 7.000 comercios, cementerios, hospitales, escuelas y hogares judíos fueron saqueadosde, destrozados y saqueados, con docenas de judíos asesinados.
Durante el desarrollo de estos actos de violencia meticulósamente planeados por las autoridades nazis, la policía y las brigadas de bomberos se mantuvieron al margen. Estos pogroms – actos de linchamiento contra un colectivo -, pasaron a la historia bajo el nombre de «Kristallnacht«, la «Noche de los cristales rotos», por los cristales destrozados de los escaparates de las tiendas que se esparcieron por las aceras de las calles de las ciudades y pueblos de Alemania y Austria.
En una sociedad que presumía haber alcanzado uno de los niveles de civilización más alto de su época, asusta pensar que estos hechos llegasen a ocurrir, y que pudieran aprobarse normas – léase «leyes de Nuremberg» -, que no solo privaban de la ciudadanía alemana a los judíos, sino que incluso les prohibían casarse o mantener relaciones sexuales con personas de «sangre germana o afín»
Y claro, de aquellos polvos vinieron los lodos de los campos de concentración y el holocausto…

Pero ¿dónde estaba Dios en Auschwitz?, nos preguntamos. Y con ello obviamos la verdadera pregunta que quizás no nos atrevemos a hacer….
El célebre filosofo alemán Immanuel Kant decía que había que poner al hombre en el centro del problema. ¿No podría ser el silencio de Dios un concepto que hemos creado para acallar nuestra conciencia y responsabilidad en la medida en que todos somos de alguna manera culpables del holocausto?
Como afirmaba el escritor italiano de origen judio y superviviente de los campos de concentración, Primo Levi, deberíamos tal vez sustituir el recurso a la justificación teológica para encontrar un significado al holocausto, y pasar a la justificación antropológica: la pregunta no sería ¿Dónde estaba Dios en Auschwitz? , sino ¿Dónde estaba el hombre en Auschwitz?
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No deberíamos «pasarle la pelota» a Dios, apelando a su «silencio» para justificar lo injustificable que existe en este mundo; la respuesta está, como no podría ser de otra manera, en lo más profundo de nuestra conciencia.
«Lo inquietante no es saber donde está Dios: lo inquietante es saber donde estamos nosotros”
Martin Niemöller, pastor y teólogo luterano superviviente de un campo de concentración, escribió un célebre poema sobre la cobardía de los intelectuales alemanes tras el ascenso de los nazis al poder. El poema decía más o menos así:
«Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista.
Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío.
Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.
Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada«
La cuestión en definitiva es saber si haríamos o no algo si nos encontramos en circunstancias similares a las acaecidas en la alemania del III Reich; y sobre todo, si lo haríamos no de un modo egoísta, como se desprende del poema de Niemöller, sino movidos únicamente por sentimientos de humanidad y sentido de la justicia……
«Para que el mal triunfe, solo se necesita que los hombres buenos no hagan nada«(Edmund Burke)

Fuentes:
https://es.wikipedia.org/wiki/Noche_de_los_cristales_rotos
https://es.wikipedia.org/wiki/Primero_vinieron_%E2%80%A6
https://elpais.com/cultura/2019/09/17/actualidad/1568743421_116157.html
Desgraciadamente, la gente cree que ser cómplice silencioso no implica culpa, pero en muchos hitos de nuestra vida, no hacer nada, por no distinguirnos, nos convierte en secretos aliados de aquellos que empeoran el mundo.
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