17 de enero

Tal día como hoy de 2002 muere en Madrid Camilo José Cela y Trulock, marqués de Iria Flavia, académico de la Real Academia Española, Premio Príncipe de Asturias de la letras 1987, Cervantes 1995 y Nobel de Literatura 1989, senador en las Cortes Generales por designación real de junio del 77 a enero del 79, vamos las Cortes Constituyentes, de aquella se cuenta que sorprendido dormido el Presidente Antonio Fontán le llamó la atención F:“está Vd. dormido”, a lo que contestó que C: “No, señor presidente, no estaba dormido sino durmiendo…”, F: “¿Y no es lo mismo?, C: “Pues, no. Como no es igual estar jodido que estar jodiendo”, pero es posible que eso nunca ocurriera un 17 de junio de 1978, al menos no fue recogido en el diario de sesiones.

Quien nacido el 11 de mayo de 1916 fue bautizado como Camilo José María Manuel Juan Ramón Francisco Javier de Jerónimo, pero como sus padres eran Camilo y Camila, él tenía que ser Camilito, golfo, bromista que desde niño se marcó como objetivo ser expulsado de los colegios, su capacidad dialéctica siempre dejaba pasmados a sus interlocutores, pero no pudo evitar la vulgaridad ese 17 de enero, como él decía, «La muerte es de una vulgaridad absoluta; todos los nacidos terminan pasando por ella.

Entre ambos eventos escribió mucho y bien.

Su obra más difundida es “La Familia de Pascual Duarte”, quienes nos dedicamos al Derecho Penal, más de una vez nos hemos encontrado con alguno que tras haber hecho una barrabasada nos dice algo parecido a “Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo”, frase con la que se inicia el relato, que en el lector produce un efecto singular como aconteció en el ánimo del capellán que le asistió en sus últimos momentos: “Acabo de leer de una tirada, aunque -según Herodoto- no sea forma noble de lectura, las confesiones de Duarte, y no tiene usted idea de la impresión profunda que han dejado en mi espíritu, de la honda huella, del marcado surco que en mi alma produjeran”.

Pero eso ocurre en Badajoz, y ¿qué tiene que ver eso con nuestro Madriz? Coño pues es verdad, así que hablaremos de otra obra que transcurre en los barrios de Chamberí , Salamanca y Centro principalmente.

La Colmena fue escrita en el 7º izq, escalera A del 54 de la calle Ríos Rosas, y perdonadme, pero fue Antonio Ríos Rosas, quien despertado en su escaño acabó diciendo «Tampoco es igual estar bebido que estar bebiendo», así que D. Camilo no fue tan original como pudiera pensarse.

Debía estar terminada, o casi, la obra ya a mediados del 45, pero Cela dice que la terminó en Cebreros en 1950 , el caso es que se presentó a la censura previa en enero de 1946. A ver, aunque tuviera amigos falangistas influyentes y que ya se hablaba de la novela en círculos literarios, pero el mismo Cela había sido censor y sabía lo que había escrito, y sobre qué, así que el censor civil tachó lo que consideró inoportuno publicar (quizá el propio Cela había soltado un cebo al censor para que tachara parte y colase el resto) así que se quitaron párrafos censurados y autocensurados, pero el censor eclesiástico dijo que ni por esas, no hubo otra; la novela se publicó en Buenos Aires en 1950, con los correspondientes tijeretazos de la censura peronista. Su paisano Fraga llegó antes que a Ministro a secretario general del Instituto de Cultura Hispánica (1951) y secretario del Consejo de Educación (1953) y pudo publicarse en Madrid en 1955.

296 personajes aparecen en La Colmena, muchos de los cuales van pasando por el café que regenta Doña Rosa, otros se relacionan de una u otra manera con los anteriores, y así se va tejiendo una gran colmena por todo Madrid. Puede que Cela en cierta medida se dibuje a sí mismo en el personaje de Martín Marco escritor hermano de Filo, la mujer de Roberto, amigo de Paco el novio de Victorita, y de Ventura Aguado, el novio de Julita hija de la beata Visi y el putero Roque, esto nos lleva a visitar a “algunas chicas muy simpáticas, las de tres duros; no son muy guapas, ésa es la verdad, pero son muy buenas y amables, y tienen un hijo en los agustinos o en los jesuítas, un hijo por el que hacen unos esfuerzos sin límite para que no salga un hijo de puta, un hijo al que van a ver, de vez en cuando, algún domingo por la tarde, con un velito a la cabeza y sin pintar. Las otras, las de postín, son insoportables con sus pretensiones y con su empaque de duquesas; son guapas, bien es cierto, pero también son atravesadas y despóticas, y no tienen ningún hijo en ningún lado. Las putas de lujo abortan, y si no pueden, ahogan a la criatura en cuanto nace, tapándole la cabeza con una almohada y sentándose encima.”

Un Madrid de posguerra poblado de hipócritas de clase media venidos a menos.

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