«Creo que es mejor finalizar en un buen momento y de pie una vida en la cual la labor intelectual significó el gozo más puro y la libertad personal el bien más preciado sobre la Tierra»

Sobre la mesilla de noche, a escasos centímetros de su cuerpo inerte, unas monedas, una caja de cerillas y un vaso con un trébol de cuatro hojas; a su lado Lotte, su segunda mujer, que yace recostada en su hombro, vestida con un kimono y sin ropa interior. Y en la pared una poesía de Camôes: «¡Ay, si al menos un pliegue de la esfera terrestre fuera seguro para el hombre!«. Así nos dejo hace ya casi ochenta años.
Con su huida, que no deberíamos censurar, se llevó con él su ilusión de europeísta convencido. No pudo sobreponerse al por entonces incomparable avance del nazismo. Quizás sí hubiese aguantado un poco más…pero en ese momento sintió que nunca podría volver a ser libre, o libre del miedo al nuevo mundo que se abría ante sus espantados ojos. «Nada puede detenerlos ahora», concluyó
Cuando la angustia nos mortifica un día si, y otro a lo mejor también; cuando el mundo que estábamos contribuyendo a construir se va cayendo en pedazos; cuando sentimos que la humanidad como colectivo da un paso atrás en su camino hacia la búsqueda de una sociedad mas justa y compasiva con el débil; cuando esa luz que nos servía de referencia al final de túnel se apaga, entonces uno puede llegar caer en la desesperación, en la depresión y, finalmente, en la autodestrucción. Algo parecido debió impulsar a Zweig a llevar a cabo su última y desesperada decisión.
En realidad, quizás ya desde él inicio de su exilio esa idea empezara a merodear en sus pensamientos. El miedo es libre. Aún a riego de equivocarme, creo que lo que llevo a quitarse la vida, junto a su mujer, fue el miedo a tener que afrontar vivir en un mundo regido por el nacionalsocialismo, en el cual los individuos carecerían de libertad personal y donde se acrecentarían aún más si cabe las persecuciones y represión contra los “inconformistas”. Él, en su condición de judío, no solo era plenamente consciente de lo que le esperaba, también intuía que toda una concepción cultural del mundo iba a desaparecer; ese último pensamiento fue lo que le proporcionó la fuerza necesaria para saltar al vacío…
En su periplo vivió un tiempo en Inglaterra y posteriormente en EEUU, aunque Nueva York no le acabó de convencer. Finalmente y tras sopesar ir a Cuba recaló en Brasil. La guerra mientras tanto avanzaba y por el momento la Alemania nazi continuaba su imparable expansión.

En su paso en barco por España – Vigo – camino a Río de Janeiro, recorrió la ciudad en un paseo de dos horas que, en sus palabras y en original español, afirmó que fueron para él más intensas que un año entero en Inglaterra. En ese corto espacio de tiempo, proseguía, había visto mas chicas guapas que en todo el paìs anglosajón. «Los españoles son de una belleza fascinante y a la vez pintoresca», decía. No carecía de buen gusto, no.
Nos dejo en Petrópolis – Brasil -, cuyo dictador, pese a que había restringido la inmigración judía por motivos raciales, hizo una excepción con Zweig. Su amiga la poetisa chilena Gabriela Mistral, que permaneció un rato en silencio junto a los cadáveres, dijo que «La muerte violenta no le dejó violencia alguna. Dormía sin su eterna sonrisa, pero con una dulzura grande y una serenidad mayor todavía«.

Lotte Altmann, la mujer que paso de ser su secretaria a su segunda esposa – pese a que le doblase la edad -, decidió acompañarle en su decision final; enamorada como estaba de él, no dudo en compartir su destino.
Alguna vez, ya en Petrópolis, se le oyó hablar conmovido de la obra de los misioneros portugueses. ¡Qué buen libro pudo ganar el mundo si hubiese tenido tiempo y ánimo para ensalzar la inconmensurable y nunca suficientemente valorada, con todos sus claroscuros, labor de la obra misionera de España en las Américas!
Amigos suyos fueron Joseph Roth, Herman Hesse, Sigmund Freud, Richard Strauss, Albert Einstein o Thomas Mann, entre otras celebridades; le conocían bien. Y fueron conscientes de su angustia y dolor en sus años de exilio, cuando padecía lo que sus más allegados definieron como el «síndrome de la mujer de Lot».
Quizás pensó que su constante huida podría aliviar su sufrimiento, que el alejamiento físico de su hogar espiritual actuaría como un bálsamo a su desasosiego, a su angustia, a sus miedos. Se equivocó…
Pero nos dejo un gran legado. Su alma libre no pudo seguir más en este mundo, pero su espíritu y su mensaje permaneció entre nosotros. Hombres como él nunca es tarde para que se vayan, aunque él se fue demasiado pronto. Siempre estamos a tiempo de rectificar.La universalidad no está reñida con el mantenimiento de nuestra propia idiosincrasia como individuos o grupo. Algún día descubriremos qué estamos todos conectados, como ramas al árbol que las unifica y alimenta a través de la savia y la fortaleza de sus raíces. Solo es cuestión de tiempo para comprender esto. Pero cuánto dolor y sufrimiento añadido tendremos aún que pagar para llegar hasta ese gran momento.

» Muchos hombre de bien, en toda la tierra, deberían meditar sobre la triste noticia de este doble suicidio, ademas de preguntarse por la responsabilidad y la vergüenza individual y colectiva de una sociedad capaz de alumbrar una civilización donde alguien como Stefen Zweig no ha podido vivir». André Maurois.
Fuentes:
https://www.elmundo.es/cultura/2014/06/19/53a1d172e2704e334b8b4593.html
https://www.abc.es/cultura/cultural/abci-stefan-zweig-ciudad-vigo-202107270050_noticia.html